«VOLUNTAD», mi nuevo libro de relatos.

Escribo esto a las once y media de la noche, pero es que no me podía aguantar a contártelo. Ya me ha llegado la copia de prueba de mi nuevo libro, «Voluntad». Contendrá ocho relatos, que suman un total de 230 páginas. Los títulos son los siguientes.

UNA HABITACIÓN PARA LA ETERNIDAD                                                                        VOLUNTAD
EL HOMBRE DE NEGRO
UN HOMBRE DE ÉXITO
CÍRCULO DIABÓLICO
CAMPO DE BATALLA
COMPAÑEROS DE FATIGAS
PATRULLA NOCTURNA (Inédito)
GÁNATE EL FUTURO (Inédito)

En esta ocasión, saldrá antes en papel que en digital (problemillas sin importancia de última hora). No os puedo decir la fecha de publicación exacta, pero sí que justo cuando termine de escribir esta entrada, le daré al botón de PUBLICAR de Amazon. El proceso puede llevar entre uno y tres días. Os lo comunicaré, en cualquier caso. Espero que la noticia os haga ilusión. A mí me encanta porque la edición en papel es una maravilla, tanto la portada como la maquetación. Juzgar por vosotros mismos.

Si os gusta, gritad: ¡¡¡Yupiiiii!!! Tengo el oído muy fino. Seguro que os oigo.

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COMUNICADO IMPORTANTE

Hola.

Ya sabrás, a estas alturas, que no soy alguien que se vaya por las ramas. Así que, ahí voy.

Debido a la nueva política en la Ley de Protección de Datos que entra en vigor el 25 de mayo, me veo obligado a eliminar la opción de suscribirse al blog. Tú, que lees esta entrada a través de tu blog, si te interesa, puedes seguir las noticias relacionadas con mi literatura mandándome un email a javiernc80@gmail.com para que te agregue a la lista de «simpatizantes».

Te enviaré un e-mail a tu correo cada vez que tenga algo IMPORTANTE que decirte. No te abrumaré.

Lo que sí te pediría es que te asegurases de comprobar que el email no te va a la bandeja de spam. Si es así, marca el correo como «correo deseado».

Nos seguimos viendo, si tu quieres.

¡NO TE PUEDES PERDER ESTE OFERTÓN!

Hola, ¿qué tal?

Paso por aquí para saludaros, deseando que estéis bien, y para comunicaros que La Ciudad tras la penumbra ha sido escogida por Amazon para su programa de promoción de novelas de autores independientes. Esto significa que, durante toda la semana entrante, la novela en formato digital pasa de costar 2,99 € a sólo 0,99 € (un 65 % menos).

Sin duda, es una gran promoción tanto para la novela como para mí como autor. El objetivo, además de vender y escalar puestos en la lista de «Más vendidos de Amazon», es darme a conocer a nuevos lectores.

¿Qué quiero decir con esto?

Bueno, dos cosas.

La primera es que, si aún no la tienes en tu e-reader, no habrá mejor oportunidad que esta.

La segunda es que sería magnífico si me echases un cable y pudieras ayudarme a difundirla. No quiero abusar, pero si tienes un blog y le dedicas una pequeña entrada anunciando esta oferta, te estaría enormemente agradecido. En este duro y competitivo mundo de la autopublicación, cualquier pequeño avance es un gran paso.

Link de la novela: http://relinks.me/B06X1792DP

OFERTA LA CIUDADPor último, TE TENGO QUE CONFESAR UN SECRETO (algún beneficio tenía que tener ser seguidor del blog, ¿no?): a lo largo de este mes de mayo lanzaré una antología de relatos, tanto en papel como en digital, de la que me siento muy orgulloso.

Te informo más en próximas entradas.

Muchas gracias por tu inestimable ayuda.

Nos vemos en los libros. Chao.

LA CÁMARA

Cuando Jorge vio que Roberto se acercaba por el pasillo haciendo aspavientos en su dirección, sumergió la fregona en el agua del cubo y se arrancó los auriculares de los oídos.

—¿Qué pasa?

—Hora del descanso. Vente a los vestuarios. Ricardo quiere enseñarnos algo —anunció Roberto.

—¿El qué? —preguntó Jorge mientras echaban a andar hacia allí.

—Algo que se ha traído de Perú. Dice que vamos a alucinar.

Jorge profirió un gruñido de desaprobación. Ricardo era la clase de persona a la que le gustaba alardear. De su chalet adosado en las afueras, de los acabados interiores de su todoterreno, del último restaurante al que había ido.

Empujaron una puerta que decía ‹‹Sólo personal autorizado›› y bajaron dos tramos de escaleras metálicas. Ricardo y otros dos compañeros, Antonio y Sebas, estaban charlando en el corredor que conducía a los vestuarios, situados al fondo.

—Eh, venga, que estos dos se mueren de ganas por ver lo que es —les apremió Ricardo.

Formaron un círculo y este sacó un estuche de raído cuero marrón del bolsillo de su pantalón.

—Antes de nada, hay una regla: prohibido tocarla —les advirtió.

—Déjate de rollos y enséñanos lo que quiera que sea.

—Eh, te aseguro que la espera merecerá la pena.

Luego, con mucho cuidado, abrió el botón del estuche y extrajo una especie de cajita negra del tamaño de un móvil grande con desportillones en las esquinas.

—¡Voilà! —dijo, mostrándola a los presentes.

—¿Qué estamos viendo? —preguntó Antonio.

—Si te dijera que una cámara de fotos te mentiría a medias —señaló Ricardo.

—Pues no le mientas —replicó Sebas.

—Lo que quiero decir es que hace fotos. Pero distintas a cualquiera que hayáis visto en vuestra vida.

—¿Por qué? ¿Qué tienen de especiales? —quiso saber Jorge.

—Miradlo vosotros mismos —dijo, tendiéndoles tres.

Roberto las cogió y todos se acercaron a examinarlas. La primera correspondía a un Jorge veinte años más viejo. Había perdido casi todo el pelo y tenía las mejillas flácidas  y un colgajo de piel bajo la barbilla. En la segunda aparecía una mujer con el pelo teñido de rubio que ocultaba las arrugas bajo un ostentoso maquillaje. Al igual que Jorge, parecía rondar la edad de jubilación. En cuanto a la tercera…

—Íbamos a visitar Machu Picchu cuando el autobús se averió y tuvimos que parar en un pueblo de las montañas. Nada más bajar, una mujer se nos acercó y nos preguntó si queríamos comprarle algo. Tenía una sábana extendida en el suelo llena de trastos. Le pregunté por la cámara y me dijo que era mágica. Me lo tomé a chiste, claro. Así que me dijo que podía probarla, si quería. Y lo hicimos. Nos tomamos las fotos medio en broma. Luego, mientras se revelaban, nos contó lo que íbamos a ver.

—Menuda trola. Esto lo has hecho con algún programa informático —lo acusó Sebas.

—Te juro por mi madre que es verdad —aseveró Ricardo.

—¿Tu madre no estaba muerta?

—Joder. Por la tumba de mi madre —rectificó Ricardo, molesto.

—¿Y la tercera? Ahí no se ve ningún cambio —indicó Jorge.

En la tercera aparecía uno de los turistas que iba con ellos en el autobús. Un hombre con la camisa abierta, sombrero de paja y una mochila a la espalda.

—Porque la cámara sólo te muestra cómo serás en el futuro si tú aceptas hacerte la foto. Si no, te la hace normal.

—Debes haber querido muy poco a tu madre —repuso Antonio.

—Sabía que no os lo ibais a creer —gruñó Ricardo—. Pero eso tiene fácil solución.

Les apuntó con la cámara y todos supieron a qué se refería.

—¿A alguien le da miedo envejecer? —se jactó. Ninguno contestó—. Venga, poneos juntos.

Los cuatro hombres se colocaron hombro con hombro. Sebas y Roberto en los extremos, Jorge y Antonio en el centro.

—No digáis patata, porque saldréis con la boca abierta y veréis todos los dientes que se os habrán caído —bromeó Roberto.

Ricardo guiñó un ojo y miró con el otro por el visor.

—A la de una, a la de dos y a la de… tres.

Se oyó un ¡clic!, pero la cámara no emitió ningún destello.

—¿Ya? —preguntó Jorge.

—Sí —contestó Ricardo.

Los cuatro hombres se dispersaron.

—¿Y ahora qué?

—Ahora hay que esperar unos minutos a que se revele.

—¿Y cuánto dices que te costó? —quiso saber Antonio.

—Al cambio, treinta euros. Que allí es poco menos que ser rico. Y mereció la pena, porque a vosotros os la he hecho gratis, pero pienso cobrar por esto —desveló Ricardo.

Un trozo de papel de mala calidad brotó de una ranura situada en la parte inferior de la cámara, empujada por un mecanismo interno que emitía una especie de zumbido. Ricardo lo arrancó y se puso a examinarlo. De pronto, su expresión mutó. Primero, abrió mucho los ojos. Luego, frunció el ceño y torció la boca en una mueca de preocupación.

—Hostias —musitó.

Para entonces, los cuatro hombres ya se estaban arremolinando en torno a él. Todos repararon al unísono en lo que sucedía. El Roberto, el Antonio y el Sebas de la fotografía eran una versión más envejecida y achaparrada de la actual. En cambio, Jorge no aparecía por ninguna parte. El hueco que ocupaba, entre Roberto y Antonio, estaba vacío. Sólo se veía la pared del fondo.

Jorge se apartó de ellos al tiempo que sacudía la cabeza.

—Hijos de puta. Os habéis compinchado para tomarme el pelo —espetó.

—Te juro que no, tío. De verdad —le aseguró Ricardo en tono serio.

Más serio de lo que lo había oído nunca.

—Que os den —dijo, y se dirigió a las escaleras.

A su espalda, sus compañeros se pusieron a hablar entre sí en voz baja. Jorge se apoyó en la barandilla y comenzó a subir los peldaños. Se le había despertado una sensación desagradable en el estómago, como cuando tenía acidez.

Qué crédulo había sido. Había que ver la facilidad con la que lo habían engañado.

¿Quieres un ejemplar de «La Ciudad tras la penumbra firmada por el autor? ¡Que soy yo!

Muy buenas, querido público.

Si recibes un correo con esta entrada es porque en algún momento le diste a «seguir el blog». Eso me hace pensar que probablemente te interesen mis libros. Bien, pues si es así, me he propuesto hacer lo que no había hecho hasta ahora. ¿Qué es? Pedir una remesa de libros de «La Ciudad tras la penumbra» a Amazon y enviártelo a tu domicilio con una dedicatoria personalizada y firmado.

Si te interesa, ponte en contacto conmigo por privado a través de Facebook o Twitter.

En cualquier caso, que tengas un buen viernes y un fabuloso fin de semana.

portada la ciudad tras la penumbra papel

¡Ahora también la tenéis en papel!

Muy buenas.

No sé cuántos de vosotros estabais al corriente. El caso es que llevaba un tiempo planeando sacar «La Ciudad tras la penumbra» en papel. Porque sé que sois muchos los amantes del papel y porque creo que podría ser mi mejor novela publicada hasta la fecha.

Bien, pues ya está aquí. El parto ha sido largo, pero tranquilo. No he tenido nauseas ni mareos y he tomado hierro como para escupir chinchetas (es broma jajajjaa).

Os agradeceré cualquier pequeña ayuda para hacer circular la información por las redes.

Nos vemos entre las páginas de algún libro.  😉
http://relinks.me/1980306079

portada la ciudad tras la penumbra papel

TE VA A COSTAR RESISTIR LA TENTACIÓN

Muy buenas, gente guapa.

Sé que no aparezco mucho por aquí, pero es por una buena razón: no me gusta molestarte innecesariamente. Por eso, cuando lo hago, es para anunciarte algo que creo que te puede resultar interesante.

Al lío.

Ya sabrás que desde hace un tiempo, «El sendero del horror» y «Esclavos de la Tierra» estaban disponibles en papel. Bien, pues he trasvasado ambos libros de Creative Space a KDP (de Amazon) y, de paso, he aprovechado para ajustar aún más los precios. De ahí, el título de esta entrada: te va a costar resistir la tentación.

El sendero del horror, en papel, 5,93 €. http://relinks.me/1546500480

Esclavos de la Tierra, también en papel, a 7,90 € http://relinks.me/1539790959

O mismo precio, equivalente en otras monedas.

¿Qué te parece? Tentador, ¿verdad?

***Aprovecho que tengo tu atención para informarte (puede que ya lo supieras puesto que lo comuniqué a través de Facebook y Twitter) que estoy trabajando en la edición en papel de «La ciudad tras la penumbra»***.

Espero que leer esta breve entrada te haya hecho tanta ilusión como a mí redactártela.

Y, bueno, te dejo marchar (salvo que no hayas hecho ¡clic! en ninguno de los enlaces, claro ja ja ja ja).

Volveremos a vernos pronto. Es una promesa. 😉

ASÍ COMIENZA MI PRÓXIMA NOVELA

Muy buenas, beatiful people

Como prometí en Facebook, aquí tenéis el comienzo de mi próxima publicación. Sólo faltan por atar un par de cabos y rematar la portada, que creo que os va a encantar. Si todo va bien, antes de que acabe noviembre podréis tenerla en vuestro poder. Espero que atraiga vuestro interés.

Una cosa más.
Dado que el objetivo de todo escritor es llegar al mayor número de lectores posible, sería fantástico si lo compartís por ahí. Donde os apetezca. En un sitio o en mil. ¡Ah! ¡O, si tenéis blog, dedicarle una pequeña entrada e invitar a vuestros seguidores a pasarse por el mío!

Ya sabéis los tiempos tan duros que corren para los escritores. Somos muchos y no hay sitio para todos.

Me dejo de rollos. Ahí va.

1.

Vicente Bosques estaba sentado a la mesa de la cocina de su casona en Soteras, un pueblo a setenta kilómetros de Zaragoza, leyendo uno de los folios de la novela que estaba escribiendo en la actualidad. Era viernes por la noche y sólo hacía una hora que había llegado. Al salir de su trabajo en la fábrica de papel, se había pasado por casa para darse una ducha rápida, cogido provisiones de la nevera para una cena frugal a base de embutidos fríos de la que acababa de dar cuenta y puesto rumbo hacia allí. La reunión daría comienzo a medianoche y sería estúpido negarse a sí mismo que no estaba nervioso. Porque era más que eso, en realidad. Estaba… acongojado, por decirlo de una manera delicada. Sabía que había mucho en juego y deseaba con todas sus fuerzas que las cosas saliesen bien.

Si Clara estuviera allí no habría necesitado las dos tazas de café que ya se había tomado ni la tercera que acababa de servirse. Ella siempre sabía cómo tranquilizarlo. Su mera presencia, a menudo, bastaba para hacerlo sentir seguro. Claro que, si Clara siguiera viva, no estaría metido en ese apuro. Los problemas que estaba teniendo para escribir la nueva novela no existirían y ahora mismo se encontrarían sentados en el sofá del comedor de su casa en Zaragoza, mirando algún programa de televisión, con la cabeza de ella apoyada en su hombro y los dos con los parpados entornados y la visión doble de quien empieza a caer vencido por el sueño.

Sobre la mesa estaba el montón bajo de folios de la novela y la bolsa de supermercado en que los había llevado. La página que sostenía entre las manos era la última que había escrito. En la esquina inferior derecha había un número: 107. Hasta ahí había llegado antes de admitirse a sí mismo que no podía continuar, que la historia se le estaba escapando de las manos. Después de que Clara muriese había seguido escribiendo. No inmediatamente. No al día siguiente. Pero había seguido con la historia. Una semana antes de que los dolores fuesen tan fuertes que tuviera que ser sedada con morfina le había obligado a prometerle que la terminaría y que se la dedicaría a todas las mujeres que luchaban contra el cáncer de mama. Él le había asegurado que cumpliría su deseo mientras su rostro se deformaba por efecto de las lágrimas. Así que se había puesto manos a la obra. Debía rondar la página setenta cuando hizo un parón para preparar el funeral y despedirse de ella arropado por familiares y amigos que no cesaron de ofrecerle muestras de consuelo mientras dos operarios del cementerio metían su ataúd en un agujero abierto en un profundo muro.

El sencillo reloj que pendía de la pared marcaba las doce menos diez cuando la puerta de la casona se abrió y entró el primer invitado. Por el ruido de tacones, Vicente supo que se trataba de una mujer. Bebió un sorbo de café frío y releyó la página por enésima vez. No le gustaba lo que había escrito en ella. No porque estuviera mal narrada sino porque lo que allí se decía distaba mucho de lo que debería decir. Se le había ido completamente de las manos. La historia ya no tenía ni pies ni cabeza y vagaba sin rumbo hacia ninguna parte que él conociese. Necesitaba reconducirla. Y eso era lo que quería haber solucionado después de que la reunión de aquella noche tocara a su fin.

A lo largo de los diez minutos siguientes, la puerta se abrió y cerró varias veces más. Los invitados que iban llegando entraban en el salón, buscaban su nombre entre las tarjetas dispuestas a lo largo de la amplia mesa ovalada del comedor y tomaban asiento en la silla que les había sido asignada. Vicente esperó en la cocina hasta estar seguro de que no faltaba nadie. Se reprendió por no haber contado los ruidos de pasos que iban desde la puerta principal hasta el comedor. De esta forma, ahora no necesitaría apelar a su instinto. Porque hacer acto de aparición sólo una vez que todas las sillas estuviesen ocupadas se le antojaba muy importante. Sabía que nadie iba a faltar a la cita así que, si se presentaba ante toda aquella gente y veía alguna silla vacía, su plan empezaría a desmoronarse antes siquiera de haber terminado con los cimientos. No quería esperar a que llegasen el o los rezagados, pero tampoco dar por iniciada la reunión y ser interrumpido por el ruido de la puerta principal al ser abierta.

«No seas tan tremendista», le diría Clara. «Todo va a ir bien. Ya verás como admiten su culpa y dejan de ir a su aire. No entiendo esa facilidad tuya para pensar que, si algo puede salir mal, saldrá mal».

Clara era una mujer positiva. Siempre (hasta que el tumor se metastatizó y empezó a expandirse por los riñones y el estómago) pensó que conseguiría vencer al cáncer. E incluso entonces encontró una razón para seguir sonriendo.

—¿Has escrito hoy? —le preguntaba siempre al final del día.

—Sí —contestaba Vicente indefectiblemente.

A veces era verdad, otras no. Intentaba hacerlo, porque eso era lo que ella quería. Pero algunos días, cuando se sentaba ante el portátil y abría el archivo NUEVA NOVELA, era incapaz de presionar una sola tecla. Entonces, volvía a cerrarlo y se ponía a leer los titulares de las noticias en los periódicos digitales mientras dejaba que fuesen transcurriendo las horas.

 Ahora, resopló y apuró el café. A continuación, descorrió la silla y llevó la taza al fregadero, para lavarla al día siguiente. Dado que la reunión acabaría bien entrada la madrugada había pensado en quedarse a dormir allí y regresar el sábado por la tarde o el domingo por la mañana. Todo dependería de si se sentía con ánimos para volver a escribir, ya que había dejado —deliberadamente— el ordenador en Zaragoza.

LA COMPAÑÍA DEL ESCRITOR

AdemásIAdemás de la cosas vitales que necesitas para seguir vivo (comer, dormir, respirar…), hay otras que necesitas para sentirte vivo. Cada uno tiene las suyas. En mi caso, escribir es una de las que ocupa los primeros puestos. Junto con leer, por supuesto. Pero escribir se halla un peldaño por encima. Cuando suena el despertador, entre las cinco y las cinco y media de la madrugada, salto de la cama pletórico de energías porque en veinte minutos podré sentarme ante el ordenador para continuar tecleando la historia que tengo entre manos. Es una sensación indescriptible. Es como la respiración del alma, pero a lo bruto.
Y, sin duda, es una pasión que vives en solitario. Pero la vives en solitario mientras la estás desarrollando. Porque una vez queda plasmada en el papel o en la hoja del editor de textos y otras personas tienen la oportunidad de leerla se transforma en algo… comunal.
Sí, creo que la palabra comunal encaja bastante bien.
En mi caso, esta comunidad está integrada en buena parte por muchos amigos y amigas -ya sean otros escritores o lectores- que he ido conociendo a lo largo de los últimos dos años en las redes sociales. Ellos entienden perfectamente lo que siento porque les sucede lo mismo o son capaces de ponerse en mi lugar. De entenderme. Y no me miran como si hubiera perdido el juicio y comenzado a hablar en código binario.
Hace unos días colgué un post expresando exactamente esto. La diferencia entre ellos y esta reflexión es que en los post de Facebook soy mucho más impulsivo, más visceral. A veces esta clase de cosas te juega malas pasadas, pero en otras te permite ver y permites ver a los demás cual es tu postura respecto a las cosas.
Aquí os dejó el post del otro día, junto con la dirección http por si no leéis bien lo que pone:

Dibujo2

https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=960124024014964&substory_index=0&id=100000521268106

¿Qué os parece? ¿Opináis igual que yo?
A veces, los viajes literarios también está bien hacerlos acompañado.